Diario "La Nación" copie esta nota a Victor Ramos Geologo
"El tipo le dijo: "Ramos, va a perder el tiempo. Usted tiene mente para la matemática, la física, ese tipo de cosas". Ramos le contestó: "Pero a mí me gusta la abogacía". Y el tipo, que era profesor de matemática, le volvió a decir: "Ramos, piénselo bien".
Ramos era precoz: tenía 15 años, estaba terminando el colegio secundario, había sido un alumno bueno, pero díscolo ?estudiar le tomaba diez minutos y vivía preguntándose qué hacer el resto del tiempo? y, aunque quería ser abogado, después de escuchar la advertencia de aquel profesor decidió que ya que su hermano Dante, su gemelo perfecto, quería ser físico nuclear, él bien podía intentar compartir el curso de ingreso y ver de qué se trataban esas ciencias duras para las que, decían, tenía condición. A lo largo de todo el verano Víctor Ramos hizo el curso de ingreso a la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires y supo que no iba a ser abogado, casi desde el principio, cuando recibió un librito editado por Eudeba que se llamaba Ochocientas ochenta y ocho palabras sobre la ciencia.
"Yo nunca había escuchado la palabra geología, pero ese librito decía que, si te gustaban la física, la química y la montaña, tenías todo lo necesario para ser un geólogo. Y a mí me encantaba la montaña desde que había ido a Bariloche y subido al cerro López, y sentí que estar ahí era lo más impresionante que me había pasado. Así, gracias a lasOchocientas ochenta y ocho palabras sobre la ciencia, descubrió su vocación. Con el tiempo devino no sólo el primer miembro latinoamericano en ingresar, después de un siglo, a la Sociedad Geológica Americana; no sólo el primer geólogo en recibir el premio Bunge & Born (que obtuvieron también Luis Federico Leloir, Alfredo Lanari, Alfredo Pavlovsky y Armando Parodi, entre otros) sino, sobre todo, el hombre responsable de atesorar la mayor cantidad de conocimiento acerca de un sitio que estuvo a punto de quitarle la vida ?varias veces? y que le dio, a cambio, sus mejores secretos: la cordillera de los Andes.
* * *
Es de noche. Víctor Ramos conduce por la Avenida del Libertador. Habla de la vida en los countries, del apartheid, de Ischigualasto, de los Andes.
?La cordillera de los Andes es una cordillera única. ¿Ahí dice que esta es la calle Olazábal?
?No.
?Entonces, es la otra cuadra. Los continentes están en constante movimiento. Africa chocó con Europa y se formaron los Alpes. La India chocó con Asia y se formaron los Himalayas. Pero todas esas cadenas tuvieron un período previo y antes de ser sistemas colisionales fueron sistemas alzados por el hundimiento de la corteza oceánica, que hace que el continente se abolle y crezca. Eso es lo que sucedió con la cordillera de los Andes, que no es una cordillera más, sino un ejemplo único: una cordillera antes del choque.
?¿Y va a volver a chocar?
?Probablemente, con Asia. En millones de años. Una vez me invitaron a la televisión, y le dije a un conductor que todas las ciudades que están al pie de la cordillera seguramente van a terminar destruidas por una falla. Se armó un lío bárbaro. El hombre me miraba y me decía: "Pero mire que en este momento nos están viendo en Mendoza". Y yo hablaba de cinco millones de años. ¿Esta es Olazábal?
?No.
?Yo tenía un profesor que decía que así como otros coleccionan estampillas, nosotros coleccionamos montañas. Y así como mis colegas me muestran los Himalayas, las Rocallosas... ¿Qué dice ese cartel? ¿Olazábal?
?No.
??ta madre... Así como ellos me muestran, cuando vienen acá uno es responsable por los Andes. ¿Y esta? ¿Es Olazábal?
?No.
??ta madre. Otra vez.
Conduce como habla: rápido, seguro, sin interrupciones. Como si el tiempo fuera una materia en extinción.
* * *
Hijo de un marino mercante y de un ama de casa, se recibió de geólogo en 1965 y noviaba ya con Nina, una compañera de la facultad dos años mayor que él, cuando se fue a hacer un máster a Holanda y tardó dos años en volver. Regresó en 1967 y se casaron. La imposibilidad de dedicarse a una carrera académica en la UBA ?haber sido discípulo de uno de los profesores apaleados durante la Noche de los Bastones Largos lo transformó, también a él, en indeseable? lo decidió a aceptar un trabajo en Brasil. Se mudó allá; tuvo su primer hijo. Cuando una compañía minera le ofreció un puesto en Estados Unidos dijo que no, desechó un futuro acomodado y volvió a la Argentina donde tuvo dos hijos más, compró casa en La Lucila y empezó a trabajar, con magra paga, en el Servicio Geológico del Instituto Nacional de Geología y Minería.
?Yo no tengo más talento que el trabajo. Cuando uno dice: "Voy a estudiar tal cosa", y a la primera de cambio viene la compañía petrolera equis y le ofrece tanta guita y uno se olvida de lo que quería hacer, sonó. Cuando me vine de Brasil, no llegaba con el sueldo a fin de mes. Pero si alguien se acuerda alguna vez de mí, dirá: "Ese tipo conocía los Andes". No hay mucha gente que durante cincuenta años haya estudiado los Andes, desde Colombia hasta la Argentina.
Todo lo que tiene ?un auto chico, la casa en La Lucila, un estudio en Núñez? se lo debe a la imposibilidad y a la exclusión: como sólo pudo regresar a la vida académica cuando su interventor, Gregorio Klimovsky, lo convocó en 1984, los años durante los cuales tuvo que trabajar obligatoriamente en la gestión privada le permitieron juntar algunos pesos. Ahora, después de haber sido vicedecano durante ocho años, es, otra vez, lo que más quiere: profesor.
* * *
?¡Ay! Otra vez el teléfono. ¡No! Pero ¿quién llama ahora?
Es un día de furia en casa de Víctor Ramos, en La Lucila. Dos nenas rubias miran televisión mientras su abuela Nina, una mujer fornida y alta, con una energía temeraria, se levanta, una y otra vez, a atender el teléfono. Llaman su hija, sus nueras, su marido: una de las nueve nietas baila en el acto de fin de curso y toda la familia se moviliza para verla bailar. La casa tiene gran patio, columpio, sala con piano, flores, tapices de lana, libros, piedras, fósiles.
?Nos mudamos acá cuando volvíamos de Brasil, y Víctor a duras penas consiguió trabajo. Yo también soy geóloga, pero dejé de trabajar porque el sueldo se me iba en pagarle a una persona para que cuidara a los chicos. Y encima fue el Rodrigazo. De un día para otro, todo subió como el sesenta por ciento.
Sin embargo, eran felices. Víctor partía a sus expediciones de campaña y a veces se llevaba a la familia en carpa, en camioneta, en Unimog.
?El estudia la estructura de los Andes, y para eso hay que tener un don. Hay pocos geólogos que tengan esa facilidad de ver y, a simple vista, hacerse una idea de cómo fue el proceso de formación de esa montañas.
* * *
?Yo miro una montaña y tengo la impresión de que la montaña se mueve. Va a una velocidad mucho menor que la nuestra, pero si uno sabe ver, la vivacidad es impresionante. Los Andes están en pleno crecimiento, y uno puede ver cómo se las ingenian para producir terremotos, por dónde salen los volcanes. Quizás una persona ve un paisaje y le gustan los colores, y yo veo el producto de un levantamiento de hace cinco millones de años y evidencias de que se sigue levantando.
Un día, caminando por el desierto de San Juan, Víctor Ramos vio unas rocas; rocas que existen en los fondos oceánicos a 2000 metros de profundidad; rocas que había visto, también, en la cordillera entre Canadá y Estados Unidos. Lo demás fue atar cabos. Era 1985 cuando presentó un trabajo durante un congreso en Chile, en el que postuló que gran parte de ese país había sido un continente llamado Chilenia, que había colisionado con América del Sur.
?Se me mataron de risa. En la cena de clausura cantaban una especie de cueca y se mofaban: "El colega trasandino ha tomado mucho vino". Veinticinco años después, en 2000, entré en la Academia Chilena de Ciencias por haber descubierto que Chilenia era un bloque. Se sospecha que se desprendió de Laurentia, que es el nombre del continente norteamericano.
Gracias a aquel descubrimiento, la Sociedad Geológica Americana lo nombró miembro honorario y Ramos fue, después de un siglo entero, el primer sudamericano en ocupar ese lugar.
* * *
Era 1986 cuando realizó los levantamientos sistemáticos de la geología del Aconcagua, que permitieron conocer la historia y la edad de esa montaña: eso quiere decir que fue hasta allí, llegó a la cumbre, recogió las piedras que era necesario recoger. En el año 1900, un geólogo había hecho lo propio, pero la inexistencia de estudios de laboratorio precisos hicieron que la edad y la historia del Aconcagua quedaran sumidas, ochenta años más, en el misterio.
?Intenté cuatro veces, pero por cuestiones climáticas tuve que bajar. Una vez armamos la carpa demasiado cerca de un precipicio enorme. La llenamos con 27 piedras. Menos mal, porque vino una tromba, chupó la carpa y nos quedamos tapados apenas con la lona. Cuando paró el viento, salimos como rata por tirante. La vez que hice cumbre, me mandé solo, pero se me juntaron dos mendocinos. Les dije: "Los ayudo, pero desde ningún punto de vista, si tienen un problema, voy a bajar con ustedes". Subimos. Al primer campamento ya estaban medio boleados. Tenía que hacerles la comida, armarles la carpa. Les dije: "Tomen agua, hagan caldito; hidrátense". Al ratito, me golpean la carpa: no podían prender el calentador. "Pasen", les dije. Les hice la sopita; les di de comer. Al otro día subimos a 6100 metros y, de nuevo, yo haciendo de papá. Voy, les preparo el agua, les doy de comer. Un día les dije: "Mañana, a las cinco, salgo camino a la cumbre. Si quieren venir conmigo, bien". Salimos, y al poco rato vi que se quedaban rezagados. Y les dije: "Miren, no los veo, muchachos". Saqué el termo con agua que llevaba; les dije: "Tomen, yo me voy para arriba". Y me fui para la cumbre, sin agua. Y esa vez llegué.
Llegó. Le quedaban sólo tres fotos. Hizo tres veces clic y se sentó a mirar. Tenía 41 años; se estaba transformando en el hombre gracias a quien, en breve, se sabría que esa montaña había sido un volcán, que tenía una edad de entre 15 y 8 millones de años, pero allí, en la cumbre, lo único en lo que podía pensar era en que estaba muerto de sed.
* * *
Según la RAE, la geología es "la ciencia que trata de la forma exterior e interior del globo terrestre, de la naturaleza de las materias que lo componen y de su formación, de los cambios o alteraciones que estas han experimentado desde su origen, y de la colocación que tienen en su actual estado". Detrás de esas palabras suaves ?"formación", "cambios", "alteraciones"? se esconden las calamidades de la tierra: erupciones, terremotos, grietas de infarto. Si tienen suerte, los geólogos se topan, alguna vez, con su objeto de estudio: le ven los dientes a la bestia.
?Fue en el valle del Bermejo. Ibamos con dos alumnos a ver una falla activa. Y de golpe siento como si viniera un camión con acoplado. Me doy vuelta y veo una enorme mancha de polvo que, en una décima de segundo, llegó donde estábamos nosotros. Empezamos a saltar para todos lados; nos tapamos de polvo. Habíamos estado a 20 km de un terremoto de 4° en la magnitud de Richter.
Y en ese momento, mientras saltaba en una tierra incontrolable, tragaba polvo y oía aquel ruido atronador, no tuvo miedo. Pensó una sola cosa:
?"Al fin", pensé. Al fin siento uno. Pero después de tanto, uno pierde el susto. Una vez, en San Antonio de los Cobres, no había agua y nos proveía un vehículo cada dos o tres días. Habíamos armado la carpa a la vera del cauce sequísimo del río San Antonio. Un día estábamos durmiendo y oí un ruido tremendo. Abrí la carpa y toqué algo húmedo. Me di cuenta, les grité a los otros y corrimos barranca arriba. Apenas llegamos, pasó una creciente impresionante por el lugar en el que habíamos estado. Si no me hubiera despertado el ruido de las piedras, estábamos muertos. Lo peor empezó después: el vehículo no pudo llegar por dos días, por la creciente, y cuando se nos acabó el agua, tuvimos que tendernos inmóviles, en estado de letargo, esperando, para no consumir líquido.
Otra vez, hace unos años, cruzando entre la Argentina y Chile a bordo de una barcaza vieja, después de casi naufragar, de casi colapsar por efecto del viento y de los témpanos, Ramos llegó a destino ?Cocoví, un puesto de la Gendarmería?, y regresó al país caminando, tomando muestras. Seis días más tarde, llegó a un puesto: había dos paisanos y una radio.
?Uno me dijo: "La radio dice que están buscando un geólogo, que lo dejaron en Cocoví hace seis días y que todavía no apareció. Debe de ser usted". Al día siguiente, cuando llegué a la estancia donde me esperaban, me miraron como a Lázaro resucitado, como el Lázaro que una vez fue.
* * *
Ya lo había hecho antes con otros geólogos: alcanzar el remoto lago Nansen, en la provincia de Santa Cruz. Para eso, viajaban hasta Gobernador Gregores; seguían en Unimog durante un día hasta las nacientes del lago Belgrano; subían a un bote inflable; navegaban esquivando cataratas que no figuraban en el mapa y caían en el lago Azara, donde pasaban unos rápidos frenéticos y desembocaban, al fin, en el Nansen. Esa vez, a fines de marzo, Ramos hizo el viaje con tres colegas mujeres, de entre 30 y 35 años.
?Un día empezó a nevar. Dos de las mujeres no habían visto nunca nieve y se pusieron a hacer un muñequito. Yo veía que se estaba cerrando toda la cordillera y decía: "¡Caray! Si no salimos, vamos a pasar el invierno acá".
Al día siguiente, cuando abrió la carpa y vio que seguía nevando, tomó la decisión: había que irse.
?Empezamos a cruzar el Nansen, pero a mitad del camino empezó un vendaval de viento y lluvia. No había forma de mantener el circuito de alimentación de nafta seco. Se paró el motor y nos fuimos hundiendo. Tratamos de nadar con el bote hasta la costa, pero, cuando llegamos a la orilla, toda la comida se había ido. Teníamos una carpa y bolsas de dormir empapadas. Nos metimos los cuatro en la carpa para dos y tratamos de dormir. A la mañana siguiente, seguía nevando.
Empezaron a caminar. Ramos conocía bien la zona, pero las mujeres estaban muertas vivas.
?Una me dijo: "Vayan; yo me quedo acá". Le dije: "Si te quedás acá, te doy ya el certificado de muerte". Al segundo día, nos quedaba una sola torta frita y la cortamos en cuatro.
Al llegar la noche, encontraron un puesto de veranada, donde había oculto en una viga un paquete de fideos para sopa: un puñado.
?Entonces, las mujeres me dijeron: "Decidimos que eso te lo comas vos y vayas a buscar ayuda. Nosotras no podemos seguir".
Ramos comió y, al otro día, se fue. Hundido en nieve, dejando atrás a tres que dependían de él. Si se moría, las tres estaban muertas.
?Horas más tarde, llegué a una estancia. Conocía al dueño. Le conté lo que pasaba y llamó al capataz. Armaron los caballos, agarraron una pata de cordero y se fueron a buscar a las chicas. Yo me quedé en la estancia, con remordimiento, porque sabía que las chicas, mientras, estaban muertas de hambre. Pero las encontraron, y algunas horas más tarde volvieron bien.
?¿Valió la pena?
-Si. Porque encontramos unos amonites pequeños en la cordillera de la Concepción, que permitieron conocer cómo era la geología de ese lugar.
-Casi se mueren por unos amonites.
-Y si. Pero eran unos buenos amonites.
VICTOR RAMOS
Un argentino que quiso ser abogado, pero fue un geólogo reconocido en el mundo
Quién es: Víctor Ramos fue el primer geólogo en recibir el premio Bunge y Born, una importante distinción a la trayectoria que obtuvieron, antes que él, Luis Federico Leloir y Armando Parodi, entre otros.
Qué hizo: Es el geólogo que más sabe en el mundo sobre la cordillera de los Andes. Combinando sus dos pasiones ?la geología y el andinismo- fue el primer científico en tomar muestras de rocas de la cumbre del Aconcagua que sirvieron, después, para determinar su edad y para saber que la montaña era, en el origen, un volcán. "
"El tipo le dijo: "Ramos, va a perder el tiempo. Usted tiene mente para la matemática, la física, ese tipo de cosas". Ramos le contestó: "Pero a mí me gusta la abogacía". Y el tipo, que era profesor de matemática, le volvió a decir: "Ramos, piénselo bien".
Ramos era precoz: tenía 15 años, estaba terminando el colegio secundario, había sido un alumno bueno, pero díscolo ?estudiar le tomaba diez minutos y vivía preguntándose qué hacer el resto del tiempo? y, aunque quería ser abogado, después de escuchar la advertencia de aquel profesor decidió que ya que su hermano Dante, su gemelo perfecto, quería ser físico nuclear, él bien podía intentar compartir el curso de ingreso y ver de qué se trataban esas ciencias duras para las que, decían, tenía condición. A lo largo de todo el verano Víctor Ramos hizo el curso de ingreso a la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires y supo que no iba a ser abogado, casi desde el principio, cuando recibió un librito editado por Eudeba que se llamaba Ochocientas ochenta y ocho palabras sobre la ciencia.
"Yo nunca había escuchado la palabra geología, pero ese librito decía que, si te gustaban la física, la química y la montaña, tenías todo lo necesario para ser un geólogo. Y a mí me encantaba la montaña desde que había ido a Bariloche y subido al cerro López, y sentí que estar ahí era lo más impresionante que me había pasado. Así, gracias a lasOchocientas ochenta y ocho palabras sobre la ciencia, descubrió su vocación. Con el tiempo devino no sólo el primer miembro latinoamericano en ingresar, después de un siglo, a la Sociedad Geológica Americana; no sólo el primer geólogo en recibir el premio Bunge & Born (que obtuvieron también Luis Federico Leloir, Alfredo Lanari, Alfredo Pavlovsky y Armando Parodi, entre otros) sino, sobre todo, el hombre responsable de atesorar la mayor cantidad de conocimiento acerca de un sitio que estuvo a punto de quitarle la vida ?varias veces? y que le dio, a cambio, sus mejores secretos: la cordillera de los Andes.
* * *
Es de noche. Víctor Ramos conduce por la Avenida del Libertador. Habla de la vida en los countries, del apartheid, de Ischigualasto, de los Andes.
?La cordillera de los Andes es una cordillera única. ¿Ahí dice que esta es la calle Olazábal?
?No.
?Entonces, es la otra cuadra. Los continentes están en constante movimiento. Africa chocó con Europa y se formaron los Alpes. La India chocó con Asia y se formaron los Himalayas. Pero todas esas cadenas tuvieron un período previo y antes de ser sistemas colisionales fueron sistemas alzados por el hundimiento de la corteza oceánica, que hace que el continente se abolle y crezca. Eso es lo que sucedió con la cordillera de los Andes, que no es una cordillera más, sino un ejemplo único: una cordillera antes del choque.
?¿Y va a volver a chocar?
?Probablemente, con Asia. En millones de años. Una vez me invitaron a la televisión, y le dije a un conductor que todas las ciudades que están al pie de la cordillera seguramente van a terminar destruidas por una falla. Se armó un lío bárbaro. El hombre me miraba y me decía: "Pero mire que en este momento nos están viendo en Mendoza". Y yo hablaba de cinco millones de años. ¿Esta es Olazábal?
?No.
?Yo tenía un profesor que decía que así como otros coleccionan estampillas, nosotros coleccionamos montañas. Y así como mis colegas me muestran los Himalayas, las Rocallosas... ¿Qué dice ese cartel? ¿Olazábal?
?No.
??ta madre... Así como ellos me muestran, cuando vienen acá uno es responsable por los Andes. ¿Y esta? ¿Es Olazábal?
?No.
??ta madre. Otra vez.
Conduce como habla: rápido, seguro, sin interrupciones. Como si el tiempo fuera una materia en extinción.
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Hijo de un marino mercante y de un ama de casa, se recibió de geólogo en 1965 y noviaba ya con Nina, una compañera de la facultad dos años mayor que él, cuando se fue a hacer un máster a Holanda y tardó dos años en volver. Regresó en 1967 y se casaron. La imposibilidad de dedicarse a una carrera académica en la UBA ?haber sido discípulo de uno de los profesores apaleados durante la Noche de los Bastones Largos lo transformó, también a él, en indeseable? lo decidió a aceptar un trabajo en Brasil. Se mudó allá; tuvo su primer hijo. Cuando una compañía minera le ofreció un puesto en Estados Unidos dijo que no, desechó un futuro acomodado y volvió a la Argentina donde tuvo dos hijos más, compró casa en La Lucila y empezó a trabajar, con magra paga, en el Servicio Geológico del Instituto Nacional de Geología y Minería.
?Yo no tengo más talento que el trabajo. Cuando uno dice: "Voy a estudiar tal cosa", y a la primera de cambio viene la compañía petrolera equis y le ofrece tanta guita y uno se olvida de lo que quería hacer, sonó. Cuando me vine de Brasil, no llegaba con el sueldo a fin de mes. Pero si alguien se acuerda alguna vez de mí, dirá: "Ese tipo conocía los Andes". No hay mucha gente que durante cincuenta años haya estudiado los Andes, desde Colombia hasta la Argentina.
Todo lo que tiene ?un auto chico, la casa en La Lucila, un estudio en Núñez? se lo debe a la imposibilidad y a la exclusión: como sólo pudo regresar a la vida académica cuando su interventor, Gregorio Klimovsky, lo convocó en 1984, los años durante los cuales tuvo que trabajar obligatoriamente en la gestión privada le permitieron juntar algunos pesos. Ahora, después de haber sido vicedecano durante ocho años, es, otra vez, lo que más quiere: profesor.
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?¡Ay! Otra vez el teléfono. ¡No! Pero ¿quién llama ahora?
Es un día de furia en casa de Víctor Ramos, en La Lucila. Dos nenas rubias miran televisión mientras su abuela Nina, una mujer fornida y alta, con una energía temeraria, se levanta, una y otra vez, a atender el teléfono. Llaman su hija, sus nueras, su marido: una de las nueve nietas baila en el acto de fin de curso y toda la familia se moviliza para verla bailar. La casa tiene gran patio, columpio, sala con piano, flores, tapices de lana, libros, piedras, fósiles.
?Nos mudamos acá cuando volvíamos de Brasil, y Víctor a duras penas consiguió trabajo. Yo también soy geóloga, pero dejé de trabajar porque el sueldo se me iba en pagarle a una persona para que cuidara a los chicos. Y encima fue el Rodrigazo. De un día para otro, todo subió como el sesenta por ciento.
Sin embargo, eran felices. Víctor partía a sus expediciones de campaña y a veces se llevaba a la familia en carpa, en camioneta, en Unimog.
?El estudia la estructura de los Andes, y para eso hay que tener un don. Hay pocos geólogos que tengan esa facilidad de ver y, a simple vista, hacerse una idea de cómo fue el proceso de formación de esa montañas.
* * *
?Yo miro una montaña y tengo la impresión de que la montaña se mueve. Va a una velocidad mucho menor que la nuestra, pero si uno sabe ver, la vivacidad es impresionante. Los Andes están en pleno crecimiento, y uno puede ver cómo se las ingenian para producir terremotos, por dónde salen los volcanes. Quizás una persona ve un paisaje y le gustan los colores, y yo veo el producto de un levantamiento de hace cinco millones de años y evidencias de que se sigue levantando.
Un día, caminando por el desierto de San Juan, Víctor Ramos vio unas rocas; rocas que existen en los fondos oceánicos a 2000 metros de profundidad; rocas que había visto, también, en la cordillera entre Canadá y Estados Unidos. Lo demás fue atar cabos. Era 1985 cuando presentó un trabajo durante un congreso en Chile, en el que postuló que gran parte de ese país había sido un continente llamado Chilenia, que había colisionado con América del Sur.
?Se me mataron de risa. En la cena de clausura cantaban una especie de cueca y se mofaban: "El colega trasandino ha tomado mucho vino". Veinticinco años después, en 2000, entré en la Academia Chilena de Ciencias por haber descubierto que Chilenia era un bloque. Se sospecha que se desprendió de Laurentia, que es el nombre del continente norteamericano.
Gracias a aquel descubrimiento, la Sociedad Geológica Americana lo nombró miembro honorario y Ramos fue, después de un siglo entero, el primer sudamericano en ocupar ese lugar.
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Era 1986 cuando realizó los levantamientos sistemáticos de la geología del Aconcagua, que permitieron conocer la historia y la edad de esa montaña: eso quiere decir que fue hasta allí, llegó a la cumbre, recogió las piedras que era necesario recoger. En el año 1900, un geólogo había hecho lo propio, pero la inexistencia de estudios de laboratorio precisos hicieron que la edad y la historia del Aconcagua quedaran sumidas, ochenta años más, en el misterio.
?Intenté cuatro veces, pero por cuestiones climáticas tuve que bajar. Una vez armamos la carpa demasiado cerca de un precipicio enorme. La llenamos con 27 piedras. Menos mal, porque vino una tromba, chupó la carpa y nos quedamos tapados apenas con la lona. Cuando paró el viento, salimos como rata por tirante. La vez que hice cumbre, me mandé solo, pero se me juntaron dos mendocinos. Les dije: "Los ayudo, pero desde ningún punto de vista, si tienen un problema, voy a bajar con ustedes". Subimos. Al primer campamento ya estaban medio boleados. Tenía que hacerles la comida, armarles la carpa. Les dije: "Tomen agua, hagan caldito; hidrátense". Al ratito, me golpean la carpa: no podían prender el calentador. "Pasen", les dije. Les hice la sopita; les di de comer. Al otro día subimos a 6100 metros y, de nuevo, yo haciendo de papá. Voy, les preparo el agua, les doy de comer. Un día les dije: "Mañana, a las cinco, salgo camino a la cumbre. Si quieren venir conmigo, bien". Salimos, y al poco rato vi que se quedaban rezagados. Y les dije: "Miren, no los veo, muchachos". Saqué el termo con agua que llevaba; les dije: "Tomen, yo me voy para arriba". Y me fui para la cumbre, sin agua. Y esa vez llegué.
Llegó. Le quedaban sólo tres fotos. Hizo tres veces clic y se sentó a mirar. Tenía 41 años; se estaba transformando en el hombre gracias a quien, en breve, se sabría que esa montaña había sido un volcán, que tenía una edad de entre 15 y 8 millones de años, pero allí, en la cumbre, lo único en lo que podía pensar era en que estaba muerto de sed.
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Según la RAE, la geología es "la ciencia que trata de la forma exterior e interior del globo terrestre, de la naturaleza de las materias que lo componen y de su formación, de los cambios o alteraciones que estas han experimentado desde su origen, y de la colocación que tienen en su actual estado". Detrás de esas palabras suaves ?"formación", "cambios", "alteraciones"? se esconden las calamidades de la tierra: erupciones, terremotos, grietas de infarto. Si tienen suerte, los geólogos se topan, alguna vez, con su objeto de estudio: le ven los dientes a la bestia.
?Fue en el valle del Bermejo. Ibamos con dos alumnos a ver una falla activa. Y de golpe siento como si viniera un camión con acoplado. Me doy vuelta y veo una enorme mancha de polvo que, en una décima de segundo, llegó donde estábamos nosotros. Empezamos a saltar para todos lados; nos tapamos de polvo. Habíamos estado a 20 km de un terremoto de 4° en la magnitud de Richter.
Y en ese momento, mientras saltaba en una tierra incontrolable, tragaba polvo y oía aquel ruido atronador, no tuvo miedo. Pensó una sola cosa:
?"Al fin", pensé. Al fin siento uno. Pero después de tanto, uno pierde el susto. Una vez, en San Antonio de los Cobres, no había agua y nos proveía un vehículo cada dos o tres días. Habíamos armado la carpa a la vera del cauce sequísimo del río San Antonio. Un día estábamos durmiendo y oí un ruido tremendo. Abrí la carpa y toqué algo húmedo. Me di cuenta, les grité a los otros y corrimos barranca arriba. Apenas llegamos, pasó una creciente impresionante por el lugar en el que habíamos estado. Si no me hubiera despertado el ruido de las piedras, estábamos muertos. Lo peor empezó después: el vehículo no pudo llegar por dos días, por la creciente, y cuando se nos acabó el agua, tuvimos que tendernos inmóviles, en estado de letargo, esperando, para no consumir líquido.
Otra vez, hace unos años, cruzando entre la Argentina y Chile a bordo de una barcaza vieja, después de casi naufragar, de casi colapsar por efecto del viento y de los témpanos, Ramos llegó a destino ?Cocoví, un puesto de la Gendarmería?, y regresó al país caminando, tomando muestras. Seis días más tarde, llegó a un puesto: había dos paisanos y una radio.
?Uno me dijo: "La radio dice que están buscando un geólogo, que lo dejaron en Cocoví hace seis días y que todavía no apareció. Debe de ser usted". Al día siguiente, cuando llegué a la estancia donde me esperaban, me miraron como a Lázaro resucitado, como el Lázaro que una vez fue.
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Ya lo había hecho antes con otros geólogos: alcanzar el remoto lago Nansen, en la provincia de Santa Cruz. Para eso, viajaban hasta Gobernador Gregores; seguían en Unimog durante un día hasta las nacientes del lago Belgrano; subían a un bote inflable; navegaban esquivando cataratas que no figuraban en el mapa y caían en el lago Azara, donde pasaban unos rápidos frenéticos y desembocaban, al fin, en el Nansen. Esa vez, a fines de marzo, Ramos hizo el viaje con tres colegas mujeres, de entre 30 y 35 años.
?Un día empezó a nevar. Dos de las mujeres no habían visto nunca nieve y se pusieron a hacer un muñequito. Yo veía que se estaba cerrando toda la cordillera y decía: "¡Caray! Si no salimos, vamos a pasar el invierno acá".
Al día siguiente, cuando abrió la carpa y vio que seguía nevando, tomó la decisión: había que irse.
?Empezamos a cruzar el Nansen, pero a mitad del camino empezó un vendaval de viento y lluvia. No había forma de mantener el circuito de alimentación de nafta seco. Se paró el motor y nos fuimos hundiendo. Tratamos de nadar con el bote hasta la costa, pero, cuando llegamos a la orilla, toda la comida se había ido. Teníamos una carpa y bolsas de dormir empapadas. Nos metimos los cuatro en la carpa para dos y tratamos de dormir. A la mañana siguiente, seguía nevando.
Empezaron a caminar. Ramos conocía bien la zona, pero las mujeres estaban muertas vivas.
?Una me dijo: "Vayan; yo me quedo acá". Le dije: "Si te quedás acá, te doy ya el certificado de muerte". Al segundo día, nos quedaba una sola torta frita y la cortamos en cuatro.
Al llegar la noche, encontraron un puesto de veranada, donde había oculto en una viga un paquete de fideos para sopa: un puñado.
?Entonces, las mujeres me dijeron: "Decidimos que eso te lo comas vos y vayas a buscar ayuda. Nosotras no podemos seguir".
Ramos comió y, al otro día, se fue. Hundido en nieve, dejando atrás a tres que dependían de él. Si se moría, las tres estaban muertas.
?Horas más tarde, llegué a una estancia. Conocía al dueño. Le conté lo que pasaba y llamó al capataz. Armaron los caballos, agarraron una pata de cordero y se fueron a buscar a las chicas. Yo me quedé en la estancia, con remordimiento, porque sabía que las chicas, mientras, estaban muertas de hambre. Pero las encontraron, y algunas horas más tarde volvieron bien.
?¿Valió la pena?
-Si. Porque encontramos unos amonites pequeños en la cordillera de la Concepción, que permitieron conocer cómo era la geología de ese lugar.
-Casi se mueren por unos amonites.
-Y si. Pero eran unos buenos amonites.
VICTOR RAMOS
Un argentino que quiso ser abogado, pero fue un geólogo reconocido en el mundo
Quién es: Víctor Ramos fue el primer geólogo en recibir el premio Bunge y Born, una importante distinción a la trayectoria que obtuvieron, antes que él, Luis Federico Leloir y Armando Parodi, entre otros.
Qué hizo: Es el geólogo que más sabe en el mundo sobre la cordillera de los Andes. Combinando sus dos pasiones ?la geología y el andinismo- fue el primer científico en tomar muestras de rocas de la cumbre del Aconcagua que sirvieron, después, para determinar su edad y para saber que la montaña era, en el origen, un volcán. "
1 comentario:
Creo que, junto a su hermano mellizo, estudiaron en el Colegio Marianista. Espero, de ser así, que alguien me lo confirme, ya que en esa época yo era alumno.
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